Nacionalismos con colesterol


Ningún acontecimiento como el fútbol es capaz de levantar los instintos más primarios de la ciudadanía. Aficionados que lloran la muerte de sus ídolos, como si de su propio padre se tratara, que acuden a repudiar al presidente de su club como si en ello le fueran las libertades democráticas o esfuerzos económicos notables para no perder el número de abonado, que es un pedigrí si el número de socio guarda solera.
NACIONALISMO COLESTEROL



El fútbol logra un consenso social imposible de pensar en otros ámbitos. Y las instituciones públicas confunden en demasiadas ocasiones a los clubes de fútbol con entidades de interés público. En virtud de lo cual éstos son favorecidos con recalificaciones, subvenciones y contratos bajo la excusa de la promoción turística. Si ya hablamos de una selección nacional (estatalista), lo político y lo futbolístico son todo uno.
El ciudadano que no celebre los goles de su selección, corre el riesgo de ser expulsado del Estado a golpe de banderazos y eslóganes patrióticos. Además, todos los actos vandálicos que se cometen en medio de la euforia son edulcorados y tratados como anécdotas sin importancia. El nacionalismo español es líder en usar las competiciones de la selección española para construir nación. De ahí que el nacionalismo español militante (PP y UPyD, aunque no sólo) considere un sacrilegio que las comunidades autónomas tengan sus respectivas selecciones de fútbol: para construir nación, ni más ni menos que para lo mismo que sirve la Selección Española.
En Sevilla, en medio de la euforia desatada tras ganar el combinado español la Eurocopa de Fútbol, el producto interior bruto pudo decapitar un monumento simbólico sin vigilancia policial que lo impidiera. Destrozaron setos de flores, dañaron los sistemas de riego e incumplieron las ordenanzas municipales contra el ruido. El mismo alcalde de Sevilla -nacionalista español- justifica los altercados al afirmar que fue una “explosión de alegría y júbilo por compartir una esperanza que se convirtió en realidad”.
Y los medios de comunicación de la ciudad escriben que quienes arrancaron la cabeza al monumento “es posible que no tuvieran la intención de causar este destrozo”. ¿Imaginan qué hubiera ocurrido si el destrozo “involuntario” se hubiera cometido el día del Orgullo LGTB,  en una manifestación sindical, con una bandera que no fuera la rojigualda o por los estudiantes enfurecidos? La prensa cañí de Sevilla hubiera llenado páginas enteras para desprestigiar a estos colectivos y casi pediría que se les aplicara la Ley Antiterrorista.
De hecho, fue lo que ocurrió hace unas semanas, cuando los estudiantes de la Universidad de Sevilla hicieron una performance y decoraron las esculturas más simbólicas de la ciudad con cartones para alertar del peligro de estratificación social que generarán los recortes educativos del Gobierno central -nacionalista español-.
ABC llamó a los jóvenes terroristas sin llamarlo. La quintaesencia del sevillanismo criticó la poca falta de respeto a sus creencias religiosas y el Ayuntamiento condenó que los estudiantes pusieran unos cartones de quita y pon con la única intención de llamar la atención sobre la gravedad de subir las tasas universitarias a los hijos de las clases trabajadoras.
El fútbol de selecciones se ha utilizado, una vez más,  y se seguirá utilizando para construir una nación española que se edifica a porrazos y banderazos contra el diferente. Todo vale para exaltar la España de la inconsciencia. Todo se justifica para no cuestionar las bajas pasiones que dan como resultado el nacionalismo español unificador y enemigo de las diferencias lingüísticas, culturales o territoriales.
La decapitación de la estatua sevillana es la metáfora perfecta de cómo se ha construido y se construye la identidad española: cortando cabezas a quien se atreva a cuestionar el nacionalismo español. Que por supuesto, siempre es bueno, al contrario que los nacionalismos periféricos (vasco, gallego, andaluz, valenciano, canario, balear o catalán), que siempre son ETA. Para el nacionalismo español, el nacionalismo es como el colesterol: hay uno bueno y otro malo.

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